miércoles, 1 de abril de 2009

by Ari. Puebla

Con la mirada difusa y los ánimos olvidados, la escoria hedorosa, los codos rotos.
Ángeles gloriosos ¿quién?, ni ella, ni aquel supieron perderse, mucho menos darse...
Millas distantes, a través de los mares, las montañas, sus ojos y las ganas, repentino resultó el encuentro:
las rosas, el vino
la cama, la carne
la ausencia, el colmo
Moralidad invisible con la luz del día.
Había llegado la hora del café, del tabaco, de morirse.
Cerrando los ojitos suspiró sus culpas. Abría las alas, en la mesita de noche olvidó las raíces.
Y voló... 
Efímero y consumado, el deseo empolvado con los años, se apagó.
La luz, el viento, la sábana, los sorbos, el alma.
Acompasados en el vals de la vieja melodía, ausencia conocida.
Un poco de él en ceniza, quedaba. 
Un poco de ella en pie, mojada.
Fusión de ascos a la vez y el final entrelazado, podrido.
Hallado inviernos después para consumir lo avejentado, con el sabor amargo de la piel.
Con el recuerdo enmohecido en el pecho. 
Que nunca fue suyo, que nunca lo fue...